Por: Néstor Camilo Garzón Fonseca Educador Popular e Investigador Social [email protected]
Introducción
Uno de los temas de los cuales se ha ocupado la literatura es el mundo urbano. Parte de la literatura colombiana a puesto su énfasis en los acontecimientos que suceden en la ciudad y ha tomado como ejemplo algunos barrios. En el caso de Bogotá, tres autores se han encargado de narrar y recrear la vida del barrio Las Ferias: José Antonio Osorio Lizarazo, Felipe González Toledo y Fernando Soto Aparicio. El presente artículo expone una mirada a como estos escritores describen el barrio Las Ferias, se muestran algunos ejemplos de cómo describen sus condiciones en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado. Finalmente se propone una reflexión entorno al barrio en la literatura.
Tres Escritores
Uno de los primeros escritores que hizo alusión al barrio Las Ferias fue José Antonio Osorio Lizarazo, quien nació en Bogotá el 30 de diciembre de 1900. Fué periodista, labor que ejerció en varios periódico de su tiempo, en donde escribió diversos ensayos, cuentos y crónicas. Publicó varias novelas, entre las cuales están: La casa de vecindad, El criminal, La cosecha, Hombres sin presente, Garabato, El hombre bajo la tierra, Fuera de ley, El Pantano, El día del odio y El camino en la sombra, obras en las que imprimió un espíritu de rebeldía. Murió en Bogotá el 12 de diciembre de 1964.
La obra de Osorio ha sido casi ignorada en la literatura colombiana. Se ha pasado por alto su trabajo periodístico y de investigación, y se ha ignorado el valor estético, social e histórico de esta representación literaria, sistemática y constante, de la temática urbana en Colombia
En su novela El día del odio se refiere a hechos que ocurren en la ciudad de Bogotá. Uno de los personajes es una mujer campesina que ha llegado a una casa de familia, donde trabaja como “domestica”; a los pocos días de laborar allí es despedida injustamente y sólo encuentra refugio en un burdel; es detenida en varias ocasiones y finalmente termina viviendo en los barrios de tugurio junto a criminales y prostitutas. El día que sale de aquellos barrios rumbo a la ciudad, es sorprendida por el levantamiento del 9 de abril de 1948 y es asesinada.
Ororio Lizarazo se ocupa, en esta y otras obras, de los excluidos de la sociedad, de las clases marginadas y populares urbanas, de seres que crean vínculos comunes con el barrio, con el inquilinato: “En los barrios pobres, el obrero “impreciso” y “derrotado” de Osorio, y el maleante, están destinados a ser sospechosos y a mezclarse e identificarse moralmente ante la ley de vagancia”1 .
En El día del odio, Osorio muestra al barrio Las Ferias como un lugar de “indigentes viviendas, construidas con materiales precarios e inverosímiles enfilaban las calles, tapizadas de una vegetación verde y sucia que pretendía cubrir las lacras de los desperdicios y de las basuras y envolvía en su seno fragmentos de cosas, vasijas rotas, trapos inservibles, materias orgánicas en fermentación. A veces tenían que saltar sobre los caños destapados, por donde corrían aguas hediondas y negras. En las puertas de las cabañas las mujeres despiójaban a sus hijos o agregaban remiendos a prendas de uso increíble. En los terrenos sin edificar, algunos hombres se tendían a dormir sobre la hierba fragante de miseria y moscas los cubrían...”2
El autor se encarga de recrear el grado de marginalidad en que viven las clases populares urbanas. Suburbios como Las Ferias son zonas periféricas, lugares de residencia de sectores pobres, espacios donde se mezcla lo rural con lo urbano.
En la obra Osorio Lizarazo muestra como llegan al barrio Las Ferias dos personajes: Alfredo Pineda, Manueseda, y Forge Olmos, el primero un delincuente de carteras y bolsillos, un hábil ladrón que tiene la mala suerte de robar, casi siempre, carteras con simples libretas de apuntes y direcciones. Al rededor de esté personaje gira un grupo de criminales y vagabundos que son invitados a comer y beber en su compañía.
Forge (Jorge) Olmos es un personaje que, sin estudios, se hace llamar “doctor” (abogado). Es un siempre tinterillo, adicto al alcohol y frecuente visitante del “bajo mundo”. Está acostumbrado en su oficio a comprar testigos falsos. Es fiel a los ladrones que defiende, por quienes suele burlar las leyes: “Tuvo disposición para la jurisprudencia, pero fuele imposible asistir a la Facultad, fuertemente abroqueadas con sus aranceles y con sus matrículas para evitar las filtraciones de la plebe, y el fracaso de su vida lo condujo a la afición al alcohol, y el rechazo de la gente decente a la amistad de perdularios, hampones y maleantes. (...) Algunos que se salvaban de la colonia penal o de las reclusiones temporales en la cárcel de Correccionales por las habilidades del rábula, no le pagaban un centavo, porque eran hampones de ínfima categoría. Pero otros le hacían obsequios o le concedían su pobre amistad de bestias acosadas...”3
En la novela, estos personajes llegan a un campo de tejo, uno de los espacios de socialización del pueblo bogotano y en especial de las clases populares, sitios de esparcimiento frecuentado en su mayoría por hombres, espacios dirigidos o administrados por mujeres, como sucede con Eduvigis en El día del Odio. El campo de tejo de la novela es poblado por campesinos, obreros, jornaleros y criminales como Manueseda y tinterillos como Olmos. En este lugar comparten sus penas y se divierten y comen y beben en compañía de otros delincuentes como el Inacio, el Patecabra, Luis e Lechuzo, Carlos Julio Poveda y el Asoliao: “Manueseda, generoso y cordial, los invitó con un rubicón y algunos participaron en la partida de turmequé, mientras otros se dispusieron a admirar la puntería de los jugadores. (…) Y cuando la tarde avanzó un poco más, el Manueseda comprendió que llegaba la hora de atender a sus invitados y, abandonando los discos, se dirigió a la cocina, donde una mujer sucia y rolliza pelaba papas, que arrojaba, desnudas, en la concavidad de una artesa.”4
El autor también recrea las condiciones sociales y económicas en que se encuentran los personajes allí reunidos: “Mientras Manueseda y Olmos lucían buenos sobretodos, el Inacio llevaba una ruana azul, un sombrero de anchas alas en muy buen estado y vistosos zapatos amarillos. El Asoliado ostentaba su ruina total con una ruana desteñida y manchada. Poveda se ufanaba con un traje fabricado para otro físico y se decoraba con una gran corbata roja. El lechuzo, lo mismo que el Inacio, tenía ruana y sombrero nuevos pero llevaba alpargatas en lugar del detonante calzado del primero.”5
Luego de esta descripción, Osorio sitúa en su relato las condiciones por las que han llegado estos personajes a su oficio: “(…) y el Asoliado ostentaba su profunda melancolía, avergonzado, acaso, por los harapos que lo cubrían (...) -¿Por qué la vida es pa joderlo a uno y para que otros lo tengan todo? Yo no aguanto más, voy a abollar alguno pa ver si en el panóutico descansa uno…” Más adelante el personaje agrega: “Hace como ocho días que no consiga un jediondo centao. ¡Si uno pudiera más que juera trabajar!”6
También encontramos a Felipe González Toledo quien fue un destacado periodista y cronista bogotano, nacido en 1911. Se inició como reportero en el diario La Prensa de Barranquilla, donde era jefe de redacción José Antonio Osorio Lizarazo. De regreso a Bogotá se vinculó al trabajo periodístico en los diarios Nacional, La Razón, El liberal y El Espectador, donde alternó la escritura de crónica de policía con la crónica urbana. Tras el cierre de El Espectador, en 1956, Rogelio Echavarria y Felipe González Toledo fundaron el semanario Sucesos, donde se destacó escribiendo crónica roja.
En 1961 al cierre de Sucesos, González Toledo ingresó a El Tiempo, donde sus trabajos fueron esporádicos. De su paso por este diario quedaron las secciones “Hace 25 años” y “Hace 50 años”. De sus trabajos se han publicado Veinte crónicas policíacas (Planeta, 1994), Trece crónicas (Colcultura, 1973) y Crónicas Bogotanas (selección de escritos realizada por Maryluz Vallejo Mejía. Planeta, 2008).
El 14 de octubre de 1951 en el Dominical de El Espectador se publicó una de sus crónicas titulada Las Ferias, un barrio casi olvidado. En él presenta como este asentamiento, que surge en los terrenos del municipio de Engativá, creció desordenado, desprovisto de servicios básicos y muy retirado de Bogotá: “El negocio de los “lotes a plazos”, por otra parte negocio muy bueno, se extendió desordenadamente por los contornos de la ciudad, y a favor de su anarquía, dentro de los limites municipales de Bogotá, crecieron barriadas desprovistas de los servicios elementales. Si esto ocurrió dentro de los límites del municipio capitalino, mucho más marcada, naturalmente, debía ser la anarquía en la urbanización, que en realidad no era más que trazada de calles y partición de lotes, en zonas pertenecientes a municipios vecinos, arrimados a la ciudad. La esperanza de redención trajo a las familias obreras que podían disponer de 50 y 100 pesos para una cuota inicial, y ladrillo a ladrillo se fueron formando caseríos divorciados de la ciudad”.
Muestra también como este barrio nace en una antigua hacienda: “(…) don Hernando Villa, hombre de empresa, compró a la familia Castro la hacienda de La Esperanza, en sociedad con Salomón Gutt, comerciante y hombre de negocios (…) antes, trazó calles y dividió los terrenos en pequeños lotes para venderlos, con halagadoras facilidades para el pago, a familias obreras.”7
Sobre el nombre del barrio se indica que: “Originalmente se pensó que dentro de esa zona podría establecerse una plaza de ferias, y de ahí el nombre que se le dio al barrio. Mucho más tarde, el municipio de Bogotá estableció la plaza de ferias en un sector distinto, abajo del barrio Ricaute.”8
Para el año de la publicación de la crónica, el barrio Las Ferias conserva aún rasgos de sector no totalmente urbano “(...) Las Ferias, un pintoresco aspecto de pueblecito que hace olvidar el alcance de los problemas que afronta esa zona de orden sanitario. Y este aspecto pintoresco lo completan el mercado dominical, la misa mayor en la capilla inconclusa, la doctrina al aire libre y el comercio local.”9
La crónica nos describe cómo el barrio cuenta con problemas como la falta de alcantarillado, la deficiencia del acueducto y sus vías: “De suerte, en las temporadas de invierno, el paso de los vehículos es casi imposible, y es entonces cuando los vecinos, por su propia cuenta, para no perder la comodidad de los transportes, tienen que proceder a arreglar la vía principal para que los buses puedan transitar y el barrio no se quede ‘embotellado’.” 10
Otro autor que se ocupo de esté barrio fue Fernando Soto Aparicio, escritor de sesenta libros de todos los géneros literarios: cuento, novela, poesía, ensayo y teatro. Además escribió libretos para programas de televisión y guiones para cine.
Nació en Socha (Boyacá) el 11 de octubre de 1933, pero se crio en Santa Rosa de Viterbo donde estudió y escribió sus primeros libros. Hijo de Luis Arcesio Soto Martínez e Isabel Aparicio Meléndez. Estudió hasta cuarto de primaria, pero toda su vida no hizo otra cosa distante de leer y escribir.
Se intereso en sus obras por temas como las injusticias, los conflictos sociales, los derechos humanos, la esperanza, la mujer y otros. Poco antes de morir afirmó: “En mis libros pretendí contar la historia de América desde la literatura. Como escritor me interesa asomarme al pasado y futuro de la vida misma, y desde mis libros aspiro a dialogar con mis lectores frente a temas de política, religión, sociedad, etc.”.
Autor de obras como: Los Bienaventurados, la Rebelión de las ratas, Mientras llueve, El mundo roto, El espejo sombrío, Viaje a la claridad, viva el ejercito, Proceso a un ángel, La siembra de Camilo, Viaje al pasado, Puerto Silencio, los Fumerales de América, Camino que anda, Hermano hombre, La cuerda loca, la Demonia, y otros. Algunos de sus libros han sido traducidos al chino, ruso y serbochoata.
Su la novela La Siembra de Camilo, fue publicada en 1971, recrea la vida de Camilo Torres Restrepo durante el último periodo de su vida. Destaca al padre Torres rodeado de personas sencillas como obreros, desempleados, campesinos y otros como Florentino Sierra quien se dedica a pegar carteles en las paredes, y quien es el personaje central de la novela. Florentino asiste a conferencias de Camilo Torres y queda impactado por sus propuestas al punto que lleva a su novia y amigos a unirse a la causa del sacerdote Torres Restrepo.
Soto se refiere al barrio Las Ferias como el lugar donde vive la novia Florentino. Nos dice: “…Florentino debía acompañar a Teresa hasta su casa, en el barrio Las Ferias. Esperaron el bus…” (Soto: 1971,47). Más adelante escribió: “Por la noche, Florentino fue hasta las Ferias a recoger a Teresa…” (1971,47).Luego, cuando el pegador de afiches acompaña de nuevo a su casa a su novia, y le da a leer el mensaje de Camilo a las mujeres, dice: “Habían llegado a las Ferias. Descendieron del bus. Florentino la acompaño hasta cerca de sucasa” (1971,79). Si bien el autor no describe el barrio hace alusión al asentamiento como un lugar donde viven trabajadores y personas humildes.
Sin duda en la cartografía de Bogotá no puede estar ausente este personaje en la historia nacional como lo fue Camilo Torres Restrepo. Si bien no hay evidencias de que estuviera en Las Ferias, si aparece su presencia indirectamente en sus pobladores quienes viven en un asentamiento popular. Ellos y ellas son parte de las clases populares, gente de bajos ingresos, sin estabilidad laboral, desempleados, quienes no han tenido acceso casi a la educación, en general todos aquellos que tienen carencias socioeconómicas.
1 Edison Neira Palacio (2004) La gran ciudad latinoamericana. Fondo Editorial Universidad Eafit p. 166 2 José Antonio Osorio Lizarazo (1998) El día del odio. Una novela sobre el 9 de abril. El Áncora editores p. 128 3 Ibíd. p 129-130 4 Ibíd. p 132 5 Ibíd. p 133 6 Ibíd. p 133-134 7 Felipe González Toledo (2008) Crónicas bogotanas. Planeta p. 90 8 Ibíd. p 90 9 Ibíd. p 91 10 Ibíd. p 92
A manera de conclusión
¿Porqué en la literatura bogotana aparece el barrio Las Ferias como un lugar de referencia?, sin duda la respuesta a esté interrogante pasa por quererlo destacar como un asentamiento con características populares y sector habitado por personas obreras. También porque que desde su origen ha sido poblado por personas migrantes y otras desterradas por la violencia, de allí que se dibuje en los escritos y destaque estas condiciones en la vida urbana.
En últimas lo que quieren destacar de este lugar son sus rasgos, costumbres y habitantes. Las Ferias es un barrio como señala Felipe González, donde: “El espíritu público de sus vecinos ha suplido en algo la ausencia de acción oficial”.
Para concluir, podemos decir con la historiadora Ana María Restrepo, que: “La literatura se convierte en una práctica de la memoria porque es la posibilidad de reflexionar sobre el mundo a través de la mediación que es la imaginación”. Las Ferias tiene una historia que especialmente se guarda en la memoria de sus habitantes, en sus recuerdos y olvidos, que es parte de la historia oral pero también escrita.